Comprender la lógica del cooperativismo chino y sus relaciones con el estado obliga a sumergirse en arista culturales de una población milenaria, lo que no es fácil; no existen fuentes de información sobre estos procesos, explicarlo siempre será un proceso incompleto.
Hasta el S. XIX dominó en este país un colectivismo tradicional que reunía diferentes modelos de trabajo colectivo agrícola y prestación de servicios mutuos rurales. El derecho de asociación comienza a operar en 1908 con el último gobierno de la Dinastía Qing pero fue luego de derrotada esta dinastía, con la constitución de una república en 1911, cuando la Constitución Interina concede plenos derechos de asociación a los ciudadanos y protección legal para el desarrollo de numerosas ONGs. No fue sino a partir de la segunda década del S. XX cuando misioneros cristianos con programas de promoción y financiamiento internacional, introducen un cooperativismo al estilo europeo, promoviendo cooperativas rurales en varias provincias, destacando las de crédito durante los 20s, y las de trabajo asociado industrial en los 30s y 40s.
El régimen nacionalista del Kuomintang asumió al cooperativismo como instrumento útil para combatir al comunismo y muchas cooperativas dejaron de ser participativas para servir a los intereses políticos o a los privados de determinados empresarios. Con el triunfo de Mao Tsé-tung y la fundación de la República Popular de China en 1949 el gobierno comunista adopta distintas políticas hacia estas organizaciones, se ratifica la libertad de asociación pero sólo a aquellas que no amenacen la seguridad estatal, prohibiéndose las organizaciones creadas y respaldadas por el previo gobierno nacionalista. Finalmente las organizaciones del tercer sector fueron absorbidas por el sistema político y los sindicatos se volvieron pro-gubernamentales.
En el sector rural la Unión de Campesinos se volvió irrelevante después de una reforma agraria que dio lugar a un sistema de comunas que intentó integrar la industria pesada con la agricultura (1958). En un país con el 11% de la tierra cultivable, se distribuyeron 47 millones de hectáreas entre 300 millones de campesinos. Según Jorge Coque, profesor de la Universidad de Oviedo, cuatro fueron las fases en el impulso a ese sistema: 1.- Creación de pequeñas asociaciones temporales de ayuda mutua entre familias pobres: trabajo colectivo y propiedad privada de la tierra; 2.- Unificación de la tierra en grupos de 30-40 familias con una superficie media de 32 hectáreas: trabajo colectivo, reparto de excedentes proporcional a las aportaciones de activos, y conservación de la propiedad privada; 3.- Cooperativismo integral formado por unidades de 100 a 2.000 familias con propiedad colectiva de la tierra y medios de producción con pago a los campesinos de los activos aportados a las cooperativas; distribución de excedentes según el aporte de trabajo; asignación y mantenimiento de una pequeña propiedad privada para el consumo familiar; y 4.- Integración de treinta cooperativas por comuna en promedio, para conectar la producción agraria con la industrial, tecnificar el campo y mejorar las condiciones de vida.
En los 70s, más de 800 millones de personas, el 98% de los habitantes rurales, se había organizado en 52.000 comunas divididas en seis millones de equipos de trabajo. Desde 1978, con la política de la desreglamentación gubernamental o “economía de puertas abiertas” en paralelo con la planificación centralizada, se inicia la desintegración del sistema de comunas y se crea un ambiente relativamente favorable para las cooperativas.
Sobre este proceso acota Coque: “El sistema de comunas se desmanteló con el objetivo de mitigar la falta de alimentos. Las familias se convirtieron en la unidad principal de producción y la agricultura se liberalizó parcialmente. A mediados de los 80, el 80% de las familias rurales estaban asociadas a 35.000 mil cooperativas de aprovisionamiento y comercialización. A la vez, aparecieron múltiples cooperativas de artesanos, seguidas por las industriales, 17.000 unidades con 3 millones de asociados trabajadores, recogiendo una parte del legado dejado por los programas de promoción previos al régimen comunista. A mediados de los 90, los datos anteriores se habían reducido a 30.000 cooperativas de diverso tipo con 60 millones de asociados”. A finales del pasado siglo, China tenía el mayor cementerio cooperativo del mundo, superado solo en dos años, 2003 – 2005, por el gobierno venezolano actual.
Continúa Coque: “No obstante, el pragmatismo asiático y la estrategia maoísta indujeron importantes diferencias respecto a la cooperativas soviéticas. La implantación de organizaciones colectivas rurales se basó en una necesidad clara. A diferencia de otros países pobres, la reforma agraria no tenía como objetivo repartir latifundios entre la población desfavorecida, sino la distribución equitativa de tierra y alimentación en un país superpoblado. Fue más gradual y planificado, y consiguió atraer a diferentes estratos sociales. Llegó más lejos, hasta un masivo colectivismo integral estructurado en redes. En definitiva, obtuvo niveles de participación superiores, pues se basó en cierta medida en el cooperativismo tradicional con un breve barniz de los misioneros cristianos. Además, la vastedad y heterogeneidad del país dificultaron que el partido comunista controlara las comunas más alejadas del centro”.
Desde hace casi 60 años hasta el actual momento destacan en ese país sus más de 40.000 cooperativas de crédito rural con el 12 % del total de los ahorros del sector financiero; también las productoras de algodón con sus 50 millones de participantes en áreas que superan los 6 millones de hectáreas. En todo caso, valdría la pena preguntarse si ese alto número de cooperativas se corresponde con una alta calidad humana y organizacional con preceptos cooperativos; el ser impulsadas por el gobierno y no por necesidades y voluntarismo de los asociados, unido ello a la injerencia del partido comunista y al peso de los mecanismos estatales así como a la baja democracia y participación interna, hace pensar que numerosas son pseudo-cooperativas, falsas cooperativas en otras palabras.
Prof. Oscar Bastidas-Delgado (UCV)
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