Antes del comunismo, Rusia, con un 75% de la población viviendo en el campo, desarrollaba relaciones colectivas tradicionales de comunas y trabajo en equipo, como el artel y el mir; también cooperativas de consumo como la de Zabaikalie en 1831, años antes que la de Rochdale en Inglaterra. El rápido desarrollo de relaciones mercantiles durante el S. XIX y el interés de diversos partidos políticos por utilizar el cooperativismo, hicieron que, a pesar de la derrota en la guerra con Japón en 1905, el cooperativismo ruso tuviese un rápido crecimiento durante la primera década del S. XX.
Según notas proporcionadas al autor por Jorge Coque, profesor de la Universidad de Oviedo, 25.000 de un total de 50.000 cooperativas que existían antes de la Revolución prestaban servicios de consumo mientras en el resto de Europa éstas no llegaban a 20.000. Ese porcentaje se mantuvo ya iniciada la revolución porque a ésta le interesaba el cooperativismo para distribuir los alimentos producidos explotaciones campesinas individuales o kulaks.
Con el inicio de su revolución en 1917 y la débil puesta en marcha de su Nueva Política Económica (NPE, 1921 – 1925), Lenín inicia la instalación de los soljoses o granjas estatales y de los koljoses o granjas colectivas a partir de las expropiaciones masivas de latifundios y entrega de tierras bajo «derecho de uso» a campesinos simpatizantes de su régimen. A los koljózniki se les reconocía su trabajo proporcionalmente al esfuerzo aportado y, para autoconsumo, se les permitía explotar individualmente, parcelas de aproximadamente 4.000 m² con algunas herramientas propias y la obligación de entregar cuotas de producción al Estado.
Pero fue con Stalin que la constitución de koljoses recibió un drástico impulso de a finales de década. Él, en aras de estimular la producción agrícola de la entonces URSS, prohibió toda explotación privada y mediante violencia y represión política obligó a los campesinos a constituirlos o incorporarse a alguno, deportando los opositores y posteriormente a intelectuales disidentes a sitios aislados que con el tiempo e irónicamente adquirieron el nombre de kulaks.
En cuanto al cooperativismo, las intervenciones frecuentes de los soviets y de los comisarios del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) provocaron que las cooperativas perdieran paulatinamente democracia e independencia económica, a lo que se sumaron vicios administrativos, falta de tecnología y baja formación.
Fue así como a finales de los 20s, mientras el número de koljoses crecía, disminuía el de cooperativas a un 35% aunque seguían distribuyendo el 45% de los bienes y transportando el 67% de las mercancías del campo a la ciudad; las de crédito contaban con 7 millones de asociados y gestionaban el 50% de las inversiones estatales para el desarrollo rural. A principio de los 30s se eliminaron las cooperativas comerciales y financieras y casi todas las urbanas; para 1934, el 71% de la propiedad campesina estaba en los koljoses,
La II Guerra Mundial y la entrada en el escenario socialista de varios países de la Europa Oriental, con la URSS como referencia, afectaron la fisonomía del cooperativismo en esos países. Por una parte, la Guerra dañó numerosas cooperativas; por otra, ellas fueron impulsadas fundamentalmente en los sectores agrarios de esos países, Bulgaria, Hungría y Checoslovaquia ordenarían sus desarrollos bajo una planificación centralizada al estilo soviético; Polonia, algo más flexible, sin un partido único, y con un historial cooperativo de reconstrucción de poblados y urbanizaciones enteras, desarrolló un cooperativismo variado y abierto.
Para finales de los 50s había en la URSS un total de 76.000 koljoses con 31 millones de personas trabajando en ellos. En esa década el Centrosoyouz, organismo cúpula de integración de las cooperativas rusas, se afilió a la Alianza Cooperativa Internacional (ACI).
No fue sino a finales de los 80s con la llamada Era Gorbachov o Perestroika, cuando el PCUS dejó de coordinar la economía y se adoptó una legislación cooperativa que permitió crear cooperativas con un mínimo de tres miembros, que pese a que sólo podían actuar como proveedores de servicios y restaurantes constituyeron la primera expresión legítima de empresas privadas. Con esa legislación se incrementaron las cooperativas por iniciativa espontánea o reconversión de PyMEs y de empresas estatales, muchas fueron fraudulentas y con fines lucrativos, otras legalizaron actividades ilegales o se constituyeron para apropiarse de bienes a privatizar de los nichos mal cubiertos por la extinta economía.
En los 90s, el irregular proceso de privatización generó un desarrollo irregular de las cooperativas rurales disminuyendo su número; la brusca privatización de la tierra (2 a 15 hectáreas por familia) y la introducción de mecanismos de mercado con el objetivo de constituir un sistema de granjas privadas familiares, provocaron la reorganizando de los soljoses en empresas por acciones y los koljoses en cooperativas de producción con el derecho de los asociados a retirarse e iniciar explotaciones individuales, creándose pequeñas cooperativas dentro de los koljoses. Se instalaron granjas mixtas con capital extranjero y sociedades anónimas agrícolas de “autogestión financiera” y otras de alquiler de medios de producción.
Hoy, las cooperativas tienen mala imagen, son pequeñas y pocas, se concentran en las ciudades, carecen de tecnología, y muchas violan los Principios Cooperativos. Las genuinas quedaron sujetas a impuestos elevados y medidas burocráticas heredadas de la administración soviética tales como las restricciones a la propiedad privada de la tierra y los préstamos, adquisición de materias primas y de piezas de repuesto.
Prof. Oscar Bastidas-Delgado (UCV)
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