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Ética, deporte y doping, hoy

Hoy la ética tiene una gran importancia en el estudio del deporte como práctica social y humana relativa al cuerpo de la mujer y el hombre modernos. La ética del deporte presenta diferentes perspectivas que pueden ser sociales, filosóficas, pedagógicas y médicas. La ética del deporte se sitúa en una encrucijada de problemas que la ciencia médica contemporánea, comprendida como una ciencia que se configura como un sistema integrado, dirigido al cuidado y la protección de los seres humanos, basado en saberes y conocimientos bio-humanisticos de carácter teórico y práctico, estudia de manera íntegra, a través de una visión no fragmentada o reduccionista y parcial de los fenómenos.

De entre todos los temas que más les preocupan a aquellos que reflexionan críticamente sobre el deporte en perspectiva ética y médica, la cuestión estrella es, sin duda, el dopaje. En el análisis ético en torno a éste, las posiciones son tan diversas como sustancias y métodos de mejora del rendimiento pueden encontrarse. No obstante, los principales protagonistas de este debate se suelen agrupar en dos bandos extremos claramente enfrentados: por un lado, encontramos a los defensores de las políticas de tolerancia cero, es decir, de la persecución y erradicación de todo tipo de dopaje. Por otro, tenemos a aquellos autores a favor de levantar la prohibición contra el dopaje, con lo que, en muchas ocasiones, se convierten en defensores de una peligrosa actitud que apunta a que “todo vale” en el deporte con el fin de alcanzar un rendimiento mayor o un espectáculo mejor.

Sin embargo, dentro de este debate, los mismos especialistas del tema parecen aceptar que ninguno de los argumentos en contra o a favor del dopaje es conclusivo en sí mismo. Parece que todos dicen algo importante o, más bien dicho, apuntan a unos elementos normativos que merecen la pena proteger y tener en cuenta. Sin embargo, ninguno de ellos basta por sí mismo para formular un argumento (o dar fundamento a una posición) definitivo a favor o en contra del dopaje.

Esto es así, quizás, porque la tarea principal de eso que denominamos “ética del deporte” no parece ser el proveernos respuestas definitivas sobre las cuestiones polémicas que nos ocupan sino, más bien, aclaraciones de aquello que resulta complejo dentro de ellas. No obstante, esto no debe verse como un defecto de la propia reflexión ética, sino como su principal virtud. Sólo aclarando en la mayor medida posible los problemas que nos preocupan, los conceptos que utilizamos, las fuerzas y elementos que están tras de ellos, podremos llevar a cabo medidas realistas y efectivas relativas a dichos problemas.

En el caso que nos ocupa, el dopaje, sólo si aclaramos su definición, qué tipos de sustancias y métodos de mejora del rendimiento existen, y qué intereses y fuerzas (por ejemplo, políticas o económicas) se esconden tras este fenómeno (en tanto que fenómeno social), podremos actuar adecuadamente para alcanzar un estado mejor de cosas, es decir, un mundo deportivo mejor. Como ya sabemos desde Aristóteles, el conocimiento en el ámbito práctico es una cuestión relativa a la prudencia, es decir, al saber práctico cuyo modo de proceder es el de ponderar y comprender adecuadamente todo lo que está en juego para tratar de actuar del modo más correcto. La prudencia no se trata tanto de conocer una verdad, como de comprender la situación práctica de un modo efectivo.

¿Cuáles son, pues, los elementos normativos a los que apunta el debate en torno al dopaje? En principio, parecen ser tres que están muy claramente definidos: a) la igualdad de condiciones que debe darse dentro de la práctica deportiva, y que hace que la competición sea posible. Si todos los atletas no participan bajo un mismo conjunto de reglas, es imposible (no tiene sentido) decir que unos han sido mejores que los otros, es decir, que existe un vencedor. Lo cual altera la lógica y bienes internos del deporte completamente, pues, no lo olvidemos, éste trata sobre la competición física de individuos que quieren convertirse en vencedores; sin competición ni vencedores no hay deporte. La ética del deporte, pues, tiene como una de sus funciones proteger la naturaleza intrínseca y los bienes propios del deporte, salvaguardándolos de elementos corruptos y nocivos para su integridad. No obstante, aquí no se acaba la extensión de esta disciplina. El sujeto humano como tal, y la sociedad en general, también son objeto de la misma. El deporte no sería nada si no fuera por los individuos que lo practican y la sociedad que lo hace posible y lo potencia.

El segundo criterio normativo al que se apela en el debate en torno al dopaje es b) la integridad del atleta. El dopaje, en tanto que una ayuda artificial, supone una alteración del funcionamiento habitual del organismo humano. Esto supone que existen ciertos riesgos colaterales para la salud de los deportistas ligados al mismo. De hecho, cuando muchos condenan el dopaje por ser un elemento artificial, no lo hacen desde un punto de vista amateur, que contrapone lo natural y lo artificial, como si lo natural tuviera la supremacía, sino porque la alteración artificial de nuestra naturaleza tiene consecuencias nocivas y peligrosas. Demasiado, quizás, para una práctica como el deporte, que quiere establecerse como el paradigma de la vida saludable y excelente (desde un punto de vista físico).

En tercer lugar, c) el dopaje hace referencia a un último elemento normativo que suele introducirse en los debates al respecto: la sociedad en general. Hay diversas maneras en las que el dopaje podría generar consecuencias nocivas para la sociedad desde un punto de vista ético, pero, sin duda, las más extendidas son aquellas que tienen que ver con la educación de los más jóvenes. Afirman los críticos del dopaje que, por ejemplo, una sociedad que permitiera abiertamente el dopaje estaría aprobando actitudes, valores y posiciones que favorecen la toma de riesgos innecesarios. A lo cual hemos de ligar el hecho de que, para muchos, el dopaje es equivalente a la droga usada con fines recreativos, con todo lo negativo que ésta arrastra consigo: mercado negro, marginación social y violencia.

El deporte en sí mismo, el ser humano como tal, y la sociedad en general, estos son los tres pilares sobre los que se debe fundamentar una ética del deporte que quiera, no sólo proteger el deporte de la corrupción, sino también constituirse como un agente importante del proyecto civilizatorio de toda ética que se precie, es decir, la emancipación de los individuos y la creación de sociedades más justas y democráticas, en las que cada uno pueda perseguir los modos de vida que tenga razones para valorar.